El Gorrión

gorriónEl gorrión es la humildad. Es diminuto, es chillón en vez de melodioso y con su color pardo y vulgar, tan habitual y modesto, te dice: no es preciso llamar la atención con colores atrayentes y cantos em­belesadores. No es preciso creerse superior, tan solo hay que ser;  único, pero no mejor que nadie, sin atraer la atención sobre tu singularidad. Es una gran lección.

Cuando reclamas la atención para ti mis­mo actúas con superioridad que es una necesidad nacida de una inseguridad. Solo el que no está seguro de quién es, se busca en el reconocimiento del exterior. Pero el que confía, sencillamente vive, tolera y comprende, y deja vivir. La mente se vacía de prejuicios y llega la humildad auténtica. Con la mente abierta no desarrollas actitud superior alguna. El vanidoso lleva una máscara, pero no pue­de controlar al humilde que deja que otros hablen sus verdades sin críticas. El gorrión, al piar satisfecho, te recuerda que el que habla suavemente y es pródigo en alaban­zas porque solo presta atención a lo bueno, posee mente abierta a nuevas ideas, a más niveles de comprensión sin llamar la atención, en paz y con humildad. Pero el que canta sus propios méritos, habla muy alto o habla demasiado, o hace un espectáculo de sí mismo, está desequilibrado. Al contrario, al ser modesto con tus logros, con las consideraciones que recibes, con el sentido de la igualdad, aceptando que todos somos únicos por algo y por tanto útiles al conjunto cada uno a su modo, disfrutas de una alegría, de una forma de vida simple que te hace doblemente útil a tu entorno.

El diminuto gorrión no trata de parecer más de lo que es, simple, natural, sin pretensiones. No sabe quién es pero está cómodo así, sin definirse, sin roles. Tampoco le preocupa que lo definan los otros, porque él es lo que es, en esencia, ni inferior ni superior a nadie. En realidad, una fuerte autoestima es plena humildad. Fluye un enorme poder al mundo a través de ti cuando dejas de defender tu identidad en la materia.

 Cuando crees que lo sabes todo, en realidad estás frenando tu evolución con tu arrogancia. No permites que lo nuevo haga su aparición. Eres como una gran enciclopedia sin corazón, juzgando, dando todo por hecho, despreciando a los que todavía no han alcan­zado tu nivel intelectual o evolutivo. Criticas sus errores y te quejas, y así te estancas; no hay humildad.

Hay un mal uso de la humildad, por supuesto. Humillarte o ser servil ante el poder o la riqueza terrenal por cobardía, cuando a lo único que debes servir, es a tu lado consciente.

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