La gallina

gallina_casa_ruralLa gallina es la generosidad. Da su carne y sus hue­vos a cambio de nada. Por tanto manifiesta el silencioso sacrificio por amor a la familia, la nutritiva generosidad del alma que se da a los demás.

Hay algo diferente en la gallina que no sucede en otras espe­cies. Tanto si la
fecunda un macho como si no, ella continúa adelante con la formación de la placenta-huevo y lo da al exterior para el hombre. Eso es algo que ninguna otra hembra hace. El resto de aves hembra solo pone huevos si el macho las fe­cunda, luego los incuba y obtiene pollos. La gallina pone hue­vos sin el
aliciente de la maternidad. Por tanto los da generosamente, los deja ahí para que el humano los aproveche. Regala sus placentas inútiles en vez de reabsorberlas como las demás y aprovecharlas en ellas mismas. Da una parte de su cuerpo que además contiene los nutrientes más perfectos y equilibra­dos siendo el arquetipo del alimento por antonomasia pues es el nutriente necesario para generar una nueva vida. Las vitaminas, minerales, Seguir leyendo

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La ardilla

ardilla_rojaLa ardilla acumula provisiones cuando hay para cuando escasean. Esa es una gran lección. Saber abastecer un corazón, planificar para el invierno. Ellas reúnen y guar­dan semillas y frutos del bosque en el hueco del tronco del viejo ár­bol para los tiempos de escasez, de necesidad. Enseñan la necesidad de previsión para tiempos futuros. Su madriguera en el interior del árbol asemeja tu centro noble. Esa parte íntima donde mora quien realmente eres, tu inte­rior que está a salvo. Y lo que guardas es lo nutritivo para el alma: tolerancia, compasión, positividad, admiración. Y lo guardas para tiempos en que del exterior no recibas el calor necesario sino frío desdén o indiferencia. Así la ardilla llama tu atención sobre guardar en tu corazón un gran acumulo de amor para suministrarte a ti mismo y a tu entorno el nutriente que del exterior no recibes. Se consigue educando los sentidos con esfuerzos conscientes para ver lo bueno, lo bello y lo positivo. Entrenándose en ver algo bueno en medio de lo malo como base de la auténtica tolerancia, negarse a hacer juicios críticos, solo tratar de comprender. Comprender es amar.

La ardilla habla de la compasión. La compasión es un alto grado de empatía y comprensión con el sufrimiento Seguir leyendo

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El Puercoespín

porcuEl puercoespín es la inocencia entendida como el recuperar de nuevo la confianza en la vida, recuperar de nuevo el lado juguetón. Ellos mismos son animales juguetones incansables con una acusada necesidad de contacto con sus congéneres y también con el humano. Son animales amables, dulces y nada agresivos. Las púas solo las emplean si la confianza se pierde. Te muestran la alegría de volver a ser como un niño que confía plenamente y tiene una ilimitada capacidad de aprendizaje y creatividad, que todavía no se distrae con lo que emerge de su inconsciente o con su mente y que todavía absorbe el conocimiento por intuición e imitación, totalmen­te integrado en el juego. El buen uso de la ingenuidad, hacerse simple, naíf, natural.  No se trata de ser crédulo, influenciable, sumiso, sin voluntad o criterio pro­pio, no es eso, es más bien renunciar voluntariamente a todo lo complicado, lo que surge de los fallos y las debilidades y volver a la armonía, al ser sencillo que se vive como un alivio o liberación porque el rencor pesa en el alma como un lastre que impide que alces el vuelo. El puercoespín te muestra que hay que hacer un esfuerzo por volver a despertar al niño que aún está libre de los prejuicios que genera el exceso de experiencia y crea diversión, fantasía, sue­ños, magia, ficción; el niño que juega. Haz un buen uso de los recuerdos de tu infancia y guarda en tu corazón la sensación para facilitar tu apertura y aproximarte ahora a las experiencias como si fuesen nuevas. Libérate de las opiniones que ya tengas sobre ellas, eso es mantener la mente fresca e inocente. Tu conciencia ganará en claridad y fuerza. Acércate Seguir leyendo

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El Caballo

El caballo es el poder. Hoy en día, la potencia de un motor aún se mide en caballos. Él dio poder al humano, lo hizo veloz, libre y ligero. Antes era lento, atado a tierra, arrastrando cargas enormes, sin posibilidad de explorar largas distancias. Le dio levedad y elevación sobre la tierra. ¿Qué es lo que da a un humano su levedad? La mente eleva al humano por encima del animal que está más atado a tierra, a lo que su cuerpo le manda. El de antes, el humano sin caballo, lento, pe­sado, es el humano dormido que arrastra la pesada carga de miedos, juicios, bloqueos y creencias que enlentecen y atascan. Pero a partir del caballo, el humano tuvo la posibilidad de ser libre, y ¿qué libera a un humano de su pesada carga de miedos? ¡La conciencia! La conciencia es el jinete que lleva las riendas del animal, que es la mente y te hace libre, veloz para crecer y llegar a tu destino. Ese es tu poder como humano que eres y el caballo te lo muestra.

Un caballo jamás salta una valla cuando está dentro de un cer­cado. En libertad suele rodear los obstáculos, no saltarlos. Pero con un jinete que lo guía salta increíbles alturas sin pestañear si él se lo manda. Ese mismo poder tiene tu cabeza Seguir leyendo

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El Perro

El perro nos habla de la lealtad. Nos es fiel, nos trata constantemente con el cariño y la dulzura del mejor amigo. Nos sirve voluntariamente. Siente auténtica devoción a pesar del trato que pueda recibir de cualquiera de nosotros y no es por estupidez, ni es servil por miedo, sino que posee una profunda y compasiva comprensión de los defectos hu­manos. Su corazón está empapado de una absoluta tolerancia y solo pide ser útil.

El ser humano todavía busca el momento en el que se domesti­có al primer perro y no lo encontrará porque no sucedió así. Jamás se domesticó a un perro. Es algo que está en su esencia. Hoy en día, todavía hay razas en los hielos que sirven en verano a las tribus de hombres, cazando, arrastrando el trineo y los seis meses de invier­no vagan en libertad hasta que un nuevo verano los lleva de nuevo a los núcleos humanos para ser útiles. No es servilismo o domesticación, es la innata lealtad, es el servicio voluntario al huma­no lo que los mueve. Fíjate en el resto de los animales domésticos, Seguir leyendo

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El Ratón

El ratón es la mente lógica, la escrutadora, la escudriñadora y curiosa men­te. Todos los roedores traen este mensaje porque tocan todo con sus bigotes para conocerlo, verlo de cerca y luego lo roen, roen el conocimiento. Roer es des­componer todo en sus partes más pequeñas para estudiar, analizar, llegar al fondo de la cuestión, diseccionar para clasificar y ordenar. ¡De ahí lo de ratón de biblioteca!

Nos habla del poder de la organización sistemática del saber, el uso del juicio para el conocimiento, la observación. Siempre se puede saber más, profundizar más, detallar más, descomponer más. La mente analítica y lógica separa para conocer, para justamente poder observar y el no sentirse parte de eso te hace sentir solo y aislado del todo e inseguro. La mente separa y por tanto empobrece (en vez de unir, ver todo desde una posición elevada, y enriquecerse). Por eso la rata elige vi­vir en la oscuridad, en el subsuelo sucio y apestoso que da náuseas: la cloaca de las casas habitadas que son la oscuridad y el miedo. La rata ve el más mínimo defecto porque solo busca el detalle, se pierde en él, trata de abarcarlo todo pero se debilita con su curiosidad, con su crítica, se vuelve maniática, ve dificultad en la tarea más sencilla. Fascinada por la metodología, ve más importante ordenar que el fin que es el conocimiento, la unión con el todo a partir de la inicial separación para poder observarlo desde fuera.

La mente es una cualidad única en el reino natural que solo poseemos los humanos pero muy al contrario de lo que opina­mos, con ella solo no se va a ninguna parte. Genera duda, parloteo que debilita la energía. Es la razón dormida, el hombre promedio o rutinario que resuelve intrincados problemas, que está demasiado ocupado en comprender la materia, la información de­mostrable, perceptible, científica, lógica, razonable. Roer es devorar el conocimiento sin un fin elevado, es destrucción milimétrica, descomposición en sus partes más mínimas y es mal uso del juicio: crítica, destrucción, detalle. La mente al servicio de tus emociones obedeciendo a tus instintos corporales. La reflexión desde una posición separada solo tiene un buen uso y es el observarse a sí mismo.

Dentro del laberinto, puedes llegar con mucho esfuerzo a la solución, pero haciendo infinitas pruebas y estudian­do numerosos caminos, cuando la solu­ción siempre estuvo ahí y fue elevarse sobre él, y con una visión de conjunto analizar el camino sin error. Dentro del laberinto no lo ves; pero con la perspectiva elevada ahorras energías y tiempo, y obtienes seguridad y confianza. Observa sin entretenerte en el detalle, viendo el principio y el fin, viendo el sentido. En qué punto del camino te encuentras, lo que ya has recorrido y qué rumbo tomarás. Si miras desde arriba, dejas de ver la verdad a medias, la que te conviene y ves que todos los fe­nómenos son parte de un todo,  no hay nada bueno ni malo, en realidad, porque todo tiene un sentido. La inteligencia es el medio, pero no es la conciencia, que es el fin. Esa, hay que trabajarla uniendo razón, corazón y voluntad. Si te rindes al ahora sin pensamiento compulsivo pasado o futuro, vives situaciones que deben ser afrontadas pero no problemas que es lo que adora tu mente roedora, para darle vueltas y vueltas, distraído de tus sensaciones, de la belleza que te rodea sólo por respirar.

No busques el significado de las cosas solo con tu intelecto, ábrete también a la intuición e imagina lo que te enseñan, lo que simbolizan para ti y para los demás.

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La cigüeña

La cigüeña y sus hermanas, las garzas y garcetas, traen un mensa­je que el humano primitivo intuyó hace tiempo; anuncian el nacimiento de la conciencia y por extensión, anuncian los nacimientos físicos como símbolo de ello.

 

 

Anuncian la gestación y el próximo nacimiento del niño interior, el niño espíritu, dentro de un alma pura y virgen. La con­ciencia que nacerá del alma que se educa a sí misma y se purifica, que se limpia de sus miedos, de la culpa y de la oscuridad. Los humanos las esperamos todas las primaveras porque anuncian el despertar de la vida. Anidan en las alturas de las casas de los hombres, en sus tejados. En los cuentos de hadas, la más alta torre del castillo: la cabeza. De ellos, prefieren los tejados de las iglesias y templos: eligen lo sagrado, la conciencia. Su crotorar se escucha en la época de las bodas: símbolo del equilibrio del lado masculino y femenino, de su unión en nosotros, previa al nacimiento del espíritu.

Así como un bebé madura en el seno de una madre, así también tu conciencia madura dentro de tu corporalidad cuando tu alma se armoniza, aceptándose a sí misma y anuncia el despertar del espiritu.

Anuncia la primavera como símbolo de la gestación de la con­ciencia que en verano se entrega a la belleza del mundo, que en otoño madura en el alma libre y feliz y que en invierno nace. Por eso el niño espiritual, la conciencia, la luz interior nace en Navidad.

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El mono

El mono habla del hombre dormido, el que tiene el potencial pero aún no lo sabe. El que usa su capacidad espiritual en su propio provecho. El egoísta. Y habla de tu mente ordinaria, la super­ficial, la que te cuenta novelas, la que salta de un tema a otro sin control como un mono inquieto. Tu mente no observada, dueña de ti si no prestas atención, sólo está preparada para incidir o resaltar lo malo. Es por el miedo que te maneja en la sombra y sucede cuando duermes. El mono le habla al ser humano que cree ser su cuerpo y se identifica con la voz que le habla en su cabeza, al dormido espi­ritualmente. Y ese es su mensaje, el del ser humano alienado de sí mismo. El que vive vapuleado por los aconte­cimientos del exterior que determinan su estado de ánimo y el sufri­miento y el dolor que generan. El adicto a lo que a su cuerpo físico le produce placer: excitantes, tranquilizantes, comida, sexo, cotilleo. El que se deja guiar por su voluntad supeditada al miedo. Un juguete en manos de las intenciones de los demás y del destino. El que prefiere lo habitual porque le da pereza el esfuerzo del cam­bio. El que siempre halla excusas para no innovar, de fácil distracción y que no le ve un sentido a los acontecimientos en su vida.

El egoísmo no es ni bueno ni malo, es una etapa necesaria que hay que pasar, y el mono la pone de manifiesto para que hagas lo que debes, que es despertar. Gracias al egoísmo, al ver el mundo en relación a cómo te afecta, usas tu inteligencia para satisfacer tus necesidades, y eso no está mal, la ciencia y la tecnología en su mayor parte van encamina­das a ello y han proporcionado al humano grandes avances. Pero conlleva el peligro de la mente frenética que asocia temas y pasa de uno a otro sin descanso, como un simio en una jaula, inquieto, distraído, ausente de sí mismo. La luz llega a sus ojos que están abiertos, pero no mira. El sonido llega a sus oídos que funcionan, pero no escucha. ¿Qué le falta? La atención, la concentración en algo que no sea su propia vocecilla intrigante en su cabeza que hace un mal uso de los pensamientos, en pasado, en rencillas, en recuerdos dolorosos, en juicios.

Fíjate en ellos, los grupos de simios no suelen crear vínculos, porque su composición es variable y la madre no reconoce a sus crías una vez alcanzan la madurez sexual. Los grupos están unidos por intereses comunes, por supervivencia en definitiva, como la gran mayoría de grupos animales. La posición social dentro del grupo la marca la fuerza del individuo y así usan su tiempo en demostrar al exterior constantemente la potencia, los bienes o la belleza. Sus danzas con golpes en el suelo y tamborileos o azotes imaginarios con objetos como ramas; recuer­dan al adolescente exhibiéndose, donde la apariencia física y el culto al cuerpo pasan a tener importancia capital. El tamborileo también recuerda al humano que no es capaz de dominarse o educarse y da puñetazos sobre la mesa para expresar su rabia, durante un secuestro emocional. El juego incansable del buscar fuera tu valía, sin vida interior, sin reflexión sobre uno mismo. Pero son muy adaptables, porque sus formas de comportamiento no rígidas alborean el potencial dormido. Y son muy inteligentes pero al servicio de sí mismos. Usan herramientas como un comienzo rudimentario del futuro tecnológico, como el musgo para beber o los palitos para comer termitas. Aprenden de sus errores y piensan en soluciones, pero su voluntad sigue atada a sus pulsiones, al miedo. Tienen la capacidad de comunicarse con el lengua­je de los sordomudos con el humano por su gran inteligencia, embrión claro de la posterior inteligen­cia humana, pero sin uso de la laringe y el habla porque el hablar, igual que el pensar, son las manifestaciones de la conciencia. Y el simio, sin espíritu, es como una caricatura graciosa del hombre dormido, con su potencial presente, pero aletargado o sin estrenar.

 

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El Elefante

El elefante es el despertar de la conciencia. Recuerda a un niño, que tiene su primera toma de contacto consciente del mundo que lo rodea con sus recién estrenados sentidos e inicia la exploración manipulando con las manos y la boca.

Sólo hay que fijarse en su trompa, toda su vida gira en torno a ella. La ha convertido en su órgano de percepción más hábil y es a la vez una extremidad, pero diferente de las cuatro que comparte con el resto de animales. De hecho, lo hace más humano. Como extremidad lo pone en relación con el exterior, como en nosotros lo hacen los brazos y las manos. Con él arranca la comida y se la lleva a la boca; la corta, la sacude en sus rodillas para expulsar la tierra y la engulle de un bocado. Con ella también aspira y luego deposita el agua en la boca haciendo el gesto de beber tan nuestro. Con ella puede ser delicado y brutal, como nosotros con las manos que las usamos para aca­riciar pero también para pegar. Y como órgano sensorial le pro­porciona un olfato capaz de oler agua a seis kilómetros de distancia y tacto. Le permite expresar estados de ánimo junto con sus enormes orejas y su repertorio de sonidos. Además con sus diminutos ojos no ve muy bien pero su trompa reemplaza al ojo para percibir el espacio, como el periscopio de un submarino que les da clarividencia a pesar de la ineficacia con que detectan la luz.

También su cerebro es diferente. Es pequeño con respecto al enorme cráneo en el que se aloja. Y es porque está rodeado de aire y recubierto de una membrana mucosa conectada con los canales nasales que llevan a la trompa. Esto pone en comunicación directa a la actividad del cerebro con el aire del exterior. El aire es un ele­mento sutil y espiritual. Simboliza el despertar del cerebro humano a la conciencia. El cerebro está iniciando la actividad racional, está todavía ex­plorando y tiene la primera toma de conciencia de sí mismo, es el inicio de la memoria, del observarse en el continuo espacio tiempo como algo que permanece a pesar de lo efímero de la sensación. Es el despertar de la evolución. De hecho, los elefantes sorprenden por su memoria y por su consciencia, tienen un sueño corto y ligero que dificulta el verlos dormir.

Viven en matriarcados, en grupos familiares muy unidos donde cada individuo es muy nutritivo y protector con los suyos, con conciencia de especie: saben quiénes son y a qué familia pertenecen, saben quien los rodea y se preocupan por ello. Un despertar al conocimiento; puesto que me observo y gracias a mi memoria, me conozco, sé lo que sienten los demás a mi alre­dedor. Es la conquista, el ennoblecimiento de lo oculto, lo gris, lo inconsciente en cada cual. No se abandonan a sus sensaciones, a sus impulsos, sino que educan la vida afectiva. O sea, su trompa sería el desarrollo de la facultad de percibir lo invisible que es lo importante de la vida corriente.

Tienen conciencia de la muerte y por tanto de sus ancestros, de clan. Pasan duelo por sus fallecidos, los honran. Tienen una potente voluntad de comunidad y mucha vida interior. Con todo ello descri­ben los albores del ser humano, el primer descenso de la conciencia. Los primeros humanos entierran a sus muertos y tie­nen ritos, fabrican instrumentos y viven en clanes cerrados donde la madre tiene un fortísimo vínculo con sus hijos que permite que si­gan siendo reconocidos por ella cuando ya son maduros. Por eso entre ellos hacen demostraciones de cariño con sus trompas. Hay una jerarquía, sí, porque son necesarias normas sociales de convivencia, pero nace el amor, el vínculo. El gran repertorio de sonidos que poseen también demuestra su gran memoria, como simbolizando el inicio de la vocalización humana.

El elefante simboliza el nacimiento de las cualidades que nos hacen más humanos; el amor, la conciencia del otro y la memoria de quienes somos.

 

 

 

 

 

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El Alce

El alce es la autoestima, la fuerte sensación de confianza en uno mismo. Él está satisfecho por el trabajo bien hecho y lo anuncia con su bramido. Te dice que aprendas a alabarte, a animarte, mostrando que eres digno de amor solo por existir, que sabes que tienes algo que ofrecer, que innovando aprendes, que mientras lo haces a veces te equivocas, pero lo vuelves a intentar. Que no necesitas dar una imagen sin fallos de ti mismo, porque sabes que vales. ¡Grítalo! La prueba a pasar es muy dura y no eres infalible, pero lo intentas con entusiasmo.

Tú tienes el poder de reco­nocer que has aplicado sabiduría en una situación y que mereces un elogio por ello. Sin basar tu propio valor en lo que recibes del exterior, sino en tu propia sensación del trabajo bien hecho, digan lo que digan los demás. Sin esperar que de fuera te reconozcan lo que vales o lo digno de amor que eres.

Si realmente no lo has hecho bien, reconoces que estás en pe­riodo de crecimiento y comprendes tus fallos, aprendes de ellos y entonces ves que en realidad son aciertos, porque has ampliado tu conciencia y has vencido un miedo, adquieres seguridad en tus capacidades, por tanto en una parte de ti. Te superas.

El alce te muestra que es tu deber como ser humano en evolución el reconciliarte contigo mismo y comenzar a valorarte. Nadie es perfecto, pero todos somos únicos e irrepetibles. No hay nadie mejor ni peor, tan solo más o menos avanzado en su inevitable maduración. La perfección es el camino más recto hacia el desprecio por sí mismo. Y es falsa. No es la perfección a lo que se debe aspirar, sino a expresar el don que te hace especial y único.

Aprende a contrarrestar pensamientos autodestructivos y carentes de amor propio sobre ti mismo por otros positivos y más realistas, eso da una sensación de optimismo que aumenta tu vitalidad y permite pequeñas victorias que aumentan tu confianza, como un círculo virtuoso, que acaba confirmando tu creencia de que eres una buena persona con un problema de inma­durez pero en proceso de resolución. Repetir frases positivas, aunque sea con poca con­vicción, acaba dando resultado porque el cuerpo no distingue entre realidad y pensamiento. Si fuerzas el pensamiento positivo, el cuer­po responde con alegría y disuelve la ansiedad. Así que en vez de darlo por hecho, te alabas a ti mismo los pequeños éxitos o las  virtudes, que las hay, en todo pequeño acto cotidiano. No con vani­dad, sino con amor. Hay que valorarse, no vanagloriarse.

Debes tratarte con amor, no sentirte mejor persona que los demás. Te sientes apto y te das a ti mismo el bienestar y la importancia que mereces, que da fuerzas para arrostrar peligros y grandes empresas. Entonces surge el amor propio. Sin él no puedes querer incondicionalmente a nadie. Sin él confundes amar con necesitar, porque si no te amas, necesitas que te amen y utilizas a los demás, y así tu felicidad depende del exterior.

Pero si tú te das comprensión y amor, nadie te lo podrá quitar. El que es auténticamente feliz, no desea nada, porque todo se lo da a sí mismo. El hombre feliz solo sirve, escucha, ofrece y ama. Al amarte a ti mismo, sacas al ego del centro. Así dispones de más atención para comprender a los otros. Aceptas tu corporalidad sin quedar atrapado en ella y le das un uso positivo, la felicidad la recorre y la puedes compartir. Esa es la fuente de vitalidad más poderosa, y está a tu alcance a cualquier edad.

 

 

 

 

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