El alce es la autoestima, la fuerte sensación de confianza en uno mismo. Él está satisfecho por el trabajo bien hecho y lo anuncia con su bramido. Te dice que aprendas a alabarte, a animarte, mostrando que eres digno de amor solo por existir, que sabes que tienes algo que ofrecer, que innovando aprendes, que mientras lo haces a veces te equivocas, pero lo vuelves a intentar. Que no necesitas dar una imagen sin fallos de ti mismo, porque sabes que vales. ¡Grítalo! La prueba a pasar es muy dura y no eres infalible, pero lo intentas con entusiasmo.
Tú tienes el poder de reconocer que has aplicado sabiduría en una situación y que mereces un elogio por ello. Sin basar tu propio valor en lo que recibes del exterior, sino en tu propia sensación del trabajo bien hecho, digan lo que digan los demás. Sin esperar que de fuera te reconozcan lo que vales o lo digno de amor que eres.
Si realmente no lo has hecho bien, reconoces que estás en periodo de crecimiento y comprendes tus fallos, aprendes de ellos y entonces ves que en realidad son aciertos, porque has ampliado tu conciencia y has vencido un miedo, adquieres seguridad en tus capacidades, por tanto en una parte de ti. Te superas.
El alce te muestra que es tu deber como ser humano en evolución el reconciliarte contigo mismo y comenzar a valorarte. Nadie es perfecto, pero todos somos únicos e irrepetibles. No hay nadie mejor ni peor, tan solo más o menos avanzado en su inevitable maduración. La perfección es el camino más recto hacia el desprecio por sí mismo. Y es falsa. No es la perfección a lo que se debe aspirar, sino a expresar el don que te hace especial y único.
Aprende a contrarrestar pensamientos autodestructivos y carentes de amor propio sobre ti mismo por otros positivos y más realistas, eso da una sensación de optimismo que aumenta tu vitalidad y permite pequeñas victorias que aumentan tu confianza, como un círculo virtuoso, que acaba confirmando tu creencia de que eres una buena persona con un problema de inmadurez pero en proceso de resolución. Repetir frases positivas, aunque sea con poca convicción, acaba dando resultado porque el cuerpo no distingue entre realidad y pensamiento. Si fuerzas el pensamiento positivo, el cuerpo responde con alegría y disuelve la ansiedad. Así que en vez de darlo por hecho, te alabas a ti mismo los pequeños éxitos o las virtudes, que las hay, en todo pequeño acto cotidiano. No con vanidad, sino con amor. Hay que valorarse, no vanagloriarse.
Debes tratarte con amor, no sentirte mejor persona que los demás. Te sientes apto y te das a ti mismo el bienestar y la importancia que mereces, que da fuerzas para arrostrar peligros y grandes empresas. Entonces surge el amor propio. Sin él no puedes querer incondicionalmente a nadie. Sin él confundes amar con necesitar, porque si no te amas, necesitas que te amen y utilizas a los demás, y así tu felicidad depende del exterior.
Pero si tú te das comprensión y amor, nadie te lo podrá quitar. El que es auténticamente feliz, no desea nada, porque todo se lo da a sí mismo. El hombre feliz solo sirve, escucha, ofrece y ama. Al amarte a ti mismo, sacas al ego del centro. Así dispones de más atención para comprender a los otros. Aceptas tu corporalidad sin quedar atrapado en ella y le das un uso positivo, la felicidad la recorre y la puedes compartir. Esa es la fuente de vitalidad más poderosa, y está a tu alcance a cualquier edad.